Estoy sentado mirando, a través de la ventana, las flores
del patio del manicomio. Voy al baño para peinarme y, al verme en el espejo, los
malos recuerdos inundan mi cabeza. No quiero regresar a ese momento, pero no
puedo evitarlo.
Todos los días, antes de ir a la escuela, me miraba en el
espejo y, hacía en mi cabeza, el mismo
peinado de siempre. Desayunaba solo, porque mi mamá y papá casi nunca dormían
en casa. Él le pegaba y la maltrataba. En el colegio me discriminaban por mi
color de piel, por eso siempre estaba solo. Necesitaba de alguien.
Una noche escuché un ruido en el baño. Cuando entré no
encontré a nadie. En ese momento, la luz se cortó. Me quedé quieto y vi a
alguien en el espejo. Estaba ahí, quieto. Era una silueta algo extraña. Me di
vuelta pero no encontré a nadie. Tenía miedo, mucho miedo.
A partir de esa noche y las siguientes, esa silueta seguía
apareciendo. Se lo conté a mi madre y mi padre, pero lo único que recibí fueron
burlas. Nadie me creía y yo estaba cansado. Cansado de que no me crean, de
estar solo, de ver violencia y más violencia.
Pasó un mes y esa silueta permanecía intacta en el mismo
lugar. Rompí el vidrio con mi mano de la bronca que tenía. Entré a la pieza de
mis padres, y la vi, estaba allí. Era un arma de mi padre. La agarré y un
impulso inesperado salió de mí. Disparé. No quería, pero lo hice. Mi mamá y mi
papá ya no estaban. Nunca sentí dolor, en ese momento no me importaba nada.
Hoy estoy aquí, en un manicomio porque me trataron de loco.
Ellos no sabían lo que era vivir con violencia. Yo necesitaba de alguien. Ahora
lo único que tengo son recuerdos, pero nada, nada de tristeza.
Marti, nos encantó tu cuento. Sos una genia.
ResponderBorrarTus compañeros.