El timbre de salida había sonado, corrí a casa, tomé uno de
mis libros y salí en bicicleta hacia mi lugar favorito, un pueblo fantasma a
solo unos kilómetros de mi localidad. El día estaba nublado y gris. Una vez
allí, me senté contra el tapial de una de las viejas casas y me puse a leer.
Ese día había viento y
mi cabello color caoba no me dejaba ver. Escuché un sonido detrás de mí, estaba
segura de que el viento había movido una ventana de la vieja casa. Continué con
mi lectura. Siempre me había gustado este lugar, era tranquilo, no me daba
problemas para concentrarme.
De repente, la puerta de la casa se abrió con un sonido
aterrador. Me levanté del suelo con rapidez y observé con atención, pero no
sucedió nada. Volví a sentarme y, esta
vez, una de las ventanas se abrió con un chirrido ensordecedor.
Vi una gran pantera, oscura como la noche y con los ojos de
color amarillo, salía hacia la calle. En cuanto notó mi presencia se detuvo.
Nos miramos por un momento y luego él comenzó a caminar hacia. Mi instinto me
dijo que corriera y así lo hice.
Paré un momento para recuperar el aliento y me di cuenta de
que estaba en una parte del pueblo que no conocía, además, el animal ya no
estaba persiguiéndome.
El sonido de una rama quebrándose atrajo mi atención. Allí
estaba ella, con su horrible mirada, caminando con cautela hacia el lugar donde
yo me encontraba. De repente, su forma comenzó a cambiar hasta llegar a ser una
mujer adulta con el pelo negro y lacio.
El miedo me paralizó, no pude moverme, por mucho que supiera
que ella iba a hacerme daño.
Un dolor agudo invadió mi cabeza cuando ella me golpeó con
fuerza. Comencé a marearme, todo se nubló. Recuerdo el sonido de su sonrisa, el
frío que sentí y, sobre todo, lo último que vi, oscuridad.